La muñeca de la victoria

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Hannah Powers, Colorado State University.

“¡Ya estamos aquí, Elisa!” exclamó su padre delante del coche. Elisa empezó a llorar. No quería ir a casa de su abuela, se acababa de morir. Toda su vida había odiado las visitas a la casa de la vieja, que olía demasiado a polvo y esmalte, y estaba llena de muñecas horribles. Su abuela coleccionaba muñecas de porcelana, con sus ojos inexpresivos y sus vestidos rizados. Elisa recordaba las veces que su abuela le había obligado a limpiar y vestir a las muñecas, aunque a Elisa no le gustaban. Pensar en ellas, todavía le daba miedo. Pero su padre era el único hijo de la vieja, y alguien tenía que venir a limpiar la casa y vender sus cosas.

Salió del coche y miró la casa. “Sólo tres días. Tres días hasta que pueda volver a casa. Puedo hacerlo”, murmuraba mientras su padre llevaba sus maletas cruzando la puerta. Cuando entró, el olor de loza invadió su nariz, y una pared de muñecas la saludó con los ojos silenciosos. “Empezaremos en este piso y luego subiremos arriba”, dijo su padre llevando las cajas abiertas a la habitación. Elisa comenzó a desmontar la pared de muñecas, poniéndolas en cajas pequeñitas. A su padre tampoco le gustaban las muñecas, y ya tenían decidido venderlas en cuanto la abuela muriese.

Cada muñeca era más ridícula que la anterior. Algunas tenían vestidos enormes, otras tenían maquillaje por toda la cara, pero todas tenían el olor terrible de la vieja. Colocaron a todas en las cajas, pensando que cada vez que ponían una muñeca en una caja significaba estar menos tiempo en la casa.

“Mira. Elisa, la última muñeca que compró tu abuela. Es horrible” exclamó su padre. Elisa se dio la vuelta y era, en efecto, la cosa más fea que había visto en su vida. La muñeca llevaba una vestido de rayas rojas y amarillas. Tenía el pelo corto por un lado, largo por otro. Pero lo más espantoso era la cara. La muñeca tenía una sonrisa malévola con dientes que le parecían reales.

  • ¿Muy rara, no? – dijo su padre.
  • Parece que quiere matarme, respondió Elisa.
  • ¡Por supuesto que no! Mira –dijo su padre levantando la pequeña mano de barro- es la muñeca de la victoria”

En efecto, la muñeca tenía dos dedos levantados en una mano, como la señal de victoria. “Todavía no me gusta, tiene dientes de humanos, por favor ponla en la caja y continuemos” masculló la chica. Su padre se rio y continuaron empaquetando las otras.

Elisa se sentía rara. No podía dejar de pensar en la muñeca de la victoria, y su desagradable sonrisa. Su padre intentaba distraerla y hacer la tarea más divertida, estuvo bromeando, cantando y bailando durante todo el tiempo, pero no la ayudó. Por la noche, los dos estaban exhaustos y listos para descansar. Elisa se acostó inmediatamente, sentía el agotamiento de su trabajo y le dolían los músculos.

Le despertó el sonido de la música, que llegaba a través de la puerta. Estaba quieta, no podía oír las palabras al principio. Pero el sonido continuaba sonando cada vez más fuerte, repitiendo el mismo ritmo. Finalmente oyó las palabras. “Estoy aquí, y te necesito, te necesito”. Otra vez, “estoy aquí, y te necesito, te necesito”. Cada vez, la frase se oía más fuerte, como si la persona que estaba hablando estuviera más cerca. “¿Papa?” llamó, pero no recibió una respuesta. Otra vez gritó más fuerte, “Papá, ven, estoy aquí, y te necesito, te necesito”. ¿Papa?, ven!” llamó con voz temblorosa, pero de nuevo no tuvo respuesta. La voz sonó de nuevo, pero esta vez al otro lado de la puerta. El pomo giró. “¡PAPA!” gritó, una fuente de lágrimas fluían sobre la cara.

Su padre entró rápidamente por la puerta. “¿Qué? ¿Qué te ha pasado?” gritó, corriendo a la cama para calmarla. Sin embargo, ella no podía responder, sólo llorar. “Shhhh hija, sólo ha sido una pesadilla, una pesadilla, calma”. Se quedó con ella hasta que ella se tranquilizó y regresó a su habitación. Al salir de la habitación, se tropezó con un objeto oscuro que estaba en el suelo. Era la muñeca de la victoria. “Que extraño”, pensó, “Elisa probablemente la sacó sin darse cuenta”, y la volvió a poner en su caja.

Al día siguiente, los dos siguieron trabajando tanto como el anterior, poniendo todas las muñecas en sus cajas y luego en el coche. Al fin del día Elisa se había convencido que todo lo que pasó la noche anterior había sido una pesadilla, y nada más.

Desafortunadamente, en el coche no había más espacio, y no cabía nada más. “Voy a regresar a casa y vaciar allí las cajas, vuelvo mañana” dijo el padre. “No te preocupes, regresaré antes de té despiertes.” A Elisa no le gustó la idea de quedarse sola, no quería pasar más tiempo en esa casa, pero no podían terminar sin más cajas. Asintió y subió para prepararse para dormir.

Otra vez se acostó muy pronto, y otra vez le despertó al sonido de un canto. “Estoy aquí, te necesito, te necesito” repitió la voz. “Estoy soñando”, se dijo la chica, “no hay nada que temer”. La voz estaba cada vez más cerca. “Estoy aquí”. Otra vez. Otra vez. Elisa sintió miedo e intentó tranquilizarse, “¡No, no pasa nada, estoy soñando, soy la jefa de mi mente, no hay nada temer! ¡La voz se detendrá ahora!”. Sin embargo, la voz no cesó, por el contrario sentía como se acercaba cada vez más. “Estoy aquí” seguía amenazando, finalmente el pomo empezó a girar, Elisa gritó.

A la mañana siguiente, su padre regresó muy temprano, como había dicho. Subió las escalaras con un montón de cajas y llamó a la chica. “Buenos días amor, ¿qué tal?”. No hubo respuesta. Preocupado, caminó a la habitación de Elisa y vio que la puerta estaba abierta, se asomó.

No la vio. Sentada en la cama estaba la muñeca de la victoria, sonriendo, como siempre. Y en la mano, en lugar de dos dedos, sostenía tres.

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