9 de diciembre de 2004 – The Franklin Students' Blog

Christian Hartselle, Butler University.

El cajón contiene una bombilla fundida, un mechero, y algunas envolturas; y debajo de ellas, un reloj de plata. La correa del reloj es de cuero; los números indican los segundos en lugar de las horas (está de moda; es muy moderno); es resistente al agua. Ni el segundero ni el minutero se mueven. Está roto.

Álvaro está confundido. Según las manecillas, todavía son las 9:22 de la tarde, pero once años antes. Qué raro, tener el año impreso en el centro del reloj. Ahora buscaba un cigarrillo. Se fijó en el reloj y vio que era un reloj de calidad. Decide arreglarlo y ponérselo.

Da cuerda a la corona, pero curiosamente las manecillas no mueven. Intenta darle cuerda en la otra dirección, pero nada, las agujas se quedan inmóviles. Se enfada. Es un hombre práctico, y piensa que un reloj tan precioso es inútil si no indica la hora correcta. En su caja de herramientas, busca el destornillador adecuado para abrir la esfera y posicionar las manecillas manualmente. Pero no puede encontrar un tornillo, ni una hendidura, nada. Oye el tono de llamada de su esposa, y lo tira al suelo furiosamente. La conversación es corta.

—Hola. Sí, estoy en casa con los niños. Están dormidos. ¿Otra vez? Pues, sí. No pasa nada. Diviértete. Buenas noches.

Busca los cigarrillos en en el bolsillo de su camisa, sólo le quedan dos. No pasa nada, nunca fuma cuando su esposa está en casa. Enciende uno y se lo fuma despacio, preocupado, reprimiendo sus pensamientos. Apaga el pitillo con el zapato, mirando el reloj de plata en el piso.

El humo le tranquiliza. Recoge el reloj y lo admira. Es tan hermoso. Todavía no entiende la razón por la que ha estado guardado en el cajón tanto tiempo, tal vez fuera un regalo de Julia. Pero, ¿por qué no lo escondió mejor? Además, ¿un regalo suyo? No lo recordaba, hace años que todo sucedió. En cualquier caso, ella no estaba en casa. De hecho, si regresase por la noche, le encontraría dormido, y no la vería hasta mañana por la mañana; nunca la ve en estas horas, cuando está trabajando. Se puso el reloj en la muñeca.

Y lo que ocurre es muy curioso. No, es una locura. Sin darse cuenta observa que algunos rasgos del salón cambian: está sentado en su sofá antiguo que recogió del contenedor hace cinco años. Que feo es, piensa. La mesa es la misma, los cigarrillos gastados se esparcen alrededor del cenicero . . . un hábito que ya ha dejado, sustituido por el tabaco. Su televisor antiguo ha sido reemplazado por uno nuevo, grande y en color. Las fotos de sus hijos han desaparecido. Julia está sentada a su derecha.

—Pásamelo, ella le dice.

De repente, él agarra una pipa. Se siente algo nostálgico, siente una sensación ligera en la cabeza, y olores extrañamente agradables.

—He pensado en ti todo el día, ella le dice. —¿De verdad? —Sí. Es emocionante terminar las prácticas y sentirse médico de verdad. Pero…

—Has trabajado muy duro.

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